Tan sobrio y orgulloso, no se permitía que entre sus pensamientos, el temor o miedo, delate el menor signo de cobardía; eso es para los tontos decía, su valor y su fiereza eran incluso mucho más fuertes que su propia vida.
Y, callando a todos, aparece aún más furioso. Es Escorial, el de la familia Andalucía, quien no entendería de venganza una tarde de otoño no tan santa.
El silencio retumba la plaza, cada uno mira atento y con el corazón al borde de una explosión ardiente. Detrás de la barrera, mi admiración se fortalece. Crece y crece mi emoción, las lágrimas desbordan a mis ojos. Cuán feliz me siento.

Sin presentir peligro, corrí a sus brazos y aún con vida, firmamos un juramento.
Él volvería, pero ya no estaría presente. Su imagen proyectada en mis ojos, el odio del momento imperfecto nos marca, sí, para toda la vida.
Aún recuerdo aquel día, mis dos manos tratan de cerrar una herida. Alrededor, una agonía.
Ya entiende lo que admiro, la proeza del delirio escribe el inicio de un sueño que se convierte en leyenda.
Cierro los ojos y salto al ruedo, veo al cielo y os saludo; es mi padre sonriendo, ni Dios ni el diablo pueden con sus propios lamentos. Han pasado algunos años y aún lo siento.
Es una muestra grande de afecto. Esta sangre no es de un héroe. Olé!
No hay comentarios:
Publicar un comentario