
Soy libre de decidir; de tener tendencias suicidas, crear una guerra en
mi mente deseando cosas verdaderas, buscando un mundo hostil en el que todos
comprendan que son realmente felices y despertar sin saber cómo empezar de
nuevo. Vivo así, mientras elijo la forma de como viviré ante ellos.
Soy una especie que maneja sus propios pensamientos de una manera algo
agitada, esperando al menos una forma coherente de enrumbarlos por el camino
correcto, sin embargo, cada vez que lo hago se derrumba lentamente cada idea y
cada sueño.
Mirar cuanta gente existe a mi alrededor, acercarme y contarles lo que
estaba ocurriendo. Notar su extrañeza ante mis palabras, fingir que escuchan y
ven, hablan entre ellos y poco a poco se apartan de mí.
Cierro los ojos y empiezo a silbar, mientras recuerdo cuando ella murió
abrazada de él.
Todas las fotos de ellos juntos, cuantos recortes acumulados, lágrimas
de amor, dolor de madre, gritos de impotencia.
Nadie me conoce, es una ventaja, frente a una sociedad injusta.
Día tras día, en una hoja de papel, escribo a placer los poemas de amor
que él me dedicó; los coloco en un sobre junto a los pétalos de las rosas de
nuestro jardín. Abundan más, desde aquel triste día.
La edad avanza, las fuerzas se quedan. La ciudad en silencio y los niños
juegan. Pero ella, ya no está aquí.
Abriré las puertas, sé que volverá. Las promesas de un regreso y las
palabras de un amor me enseñaron a tener mi conciencia más tranquila y a
entender que el corazón se hace más fuerte ante la adversidad.
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