
Desde hoy me han sentenciado al fuego del infierno y cada día que pasa Dios me va sorprendiendo con cartas llenas de mucho sentimiento y mi peso se aligera, pero no corrige mi actitud, en cambio aquel demente solo emerge en momentos de profunda intensidad aunque quisiera aclararle cara a cara que no me sirve ni para cortar un pan. Y ella ahí hundida, muerta. Y yo desangrándome, alimentándome de sus lágrimas me quedo en paz. He conocido el bien y el mal, mientras mi vida pendía de un hilo besaba el sabor del dolor, estaba tan fresca tu piel que cuando me hacías el amor, escupía vulgarmente a tu sudor. Es ahí donde comprendí que aquel sueño se había convertido en una pesadilla arruinada por la desesperación que me causa tanto odio.
Yo se que en el fondo te he sorprendido, no puedo más que reconocer este error del cual fui prisionero por temer a verle a los ojos.